a,b,c...


 El pariente desconocido del largo



La calle....
 ...está prácticamente desierta.  La temperatura es de 5 grados bajo 0. Zoe se dirige a la parada del autobús X7. Saca un reloj de bolsillo y  mira la hora, marca las 6 y...

                                               ...media...s

...faldas, vestidos y pantalones se amontonan sobre una cama. María se viste, se peina y se maquilla. Un reloj de cuco le anuncia que son las siete.
Se enciende un pitillo. Suena en off  el timbre de la casa,  deja el cigarrillo en el cenicero y coge el abrigo, la bufanda, los guantes, el gorro y el bolso.
Zoe la espera en el portal. María baja las escaleras de dos en dos.

Hoy, como cada domingo por la tarde desde hace veinte años, Zoe y María se citan para ir al cine. Ambas son  cinéfilas, pero por diferentes motivos. El motivo de María es el deseo de  conocer a un hombre de cine que la lleve al altar. El motivo de Zoe es su adicción compulsiva a los trailers desde el año 19...

                                                           ...75....

..76,77, Zoe y María esperan en la cola del cine. La temperatura sigue cayendo en picado. María hace un plano general de la cola y ficha a un hombre con corbata roja que le parece de cine.  El hombre pide una entrada para la sala 2 y Zoe y María acuerdan seguirle...

........la sala 2.......

.... María realiza un barrido ralentizado por todos los solitarios que están sentados.  Zoe se sitúa detrás de ella con las palomitas, la cola y el helado....María detecta en la fila siete una nuca masculina que le es familiar,  congela la imagen e inicia un travelling aproximativo hacia ella, descubre con agrado que  pertenece a su hombre de cine. Sonríe feliz y se sienta junto a él y Zoe se sitúa entre ella y el...
                                               ...sitio armario...

....que es el asiento vacío en el que se amontonan los abrigos, las bufandas, los gorros y los guantes. Los bolsos, por razones de seguridad,  se colocan debajo del montón.
 Las luces se apagan y empiezan los anuncios, las palomitas, la cola, el helado, el de la corbata y....
.... el hombre que “J...”
..... y su amigo que “J...” (TAMBIÉN)... entran cuando comienza el primer trailer.  Para Zoe el primer trailer es su motivo cinéfilo, como lo son el segundo, el tercero, el cuarto...

La luz de la linterna del acomodador abre paso en la oscuridad y guía a  “las dos “J…” hasta la fila siete, que es precisamente donde Zoe y María están sentadas.  El sitio armario se ilumina. Zoe inspira hondo y le pasa las palomitas, la cola y el helado a su amiga y ella se queda con los abrigos, las bufandas, los guantes, los gorros y se metamorfosea en un armario empotrado, con los bolsos al fondo para mayor seguridad. El hombre que “J”  se sienta junto a Zoe y el que “J” (TAMBIÉN) lo hace frente al armario empotrado que sigue siendo Zoe. 
Cuando por fin “las dos J...” ya se han sentado, Zoe respira tranquila y se concentra en su motivo...

                                                           ...1er trailer...

... aparece en  primer plano  la cara de un cadáver descompuesto, la imagen se funde a negro, se  escucha el sonido de unos pasos que corren. Un niño de diez años pide auxilio en el interior de un pozo, la cámara realiza un zoom in  y nos conduce hasta sus ojos, está aterrorizado, tiene un flashback que le lleva al útero materno. María se pega a la silla, sus ojos se abren como platos de porcelana, chispeantes de emoción. -Ésta no me la pierdo, -se promete el de atrás, -la semana que viene venimos a ésta, -dice el de delante. El niño regresa de su flashback  y una elipsis temporal nos lo muestra treinta años más tarde, junto a una rubia con la que...

                                                           ....flirtea

María le ofrece palomitas a su hombre de cine y éste le dice que ya tiene, pero que gracias, entonces ella  aprieta el brazo de Zoe dos veces. Zoe y María han desarrollado un código para situaciones de emergencia masculina en el cine: un apretón en el brazo quiere decir que ella le ha hablado, dos  apretones que él ha contestado, tres apretones que esto promete y una patada  en el tobillo que acaba de aparecer una “tía”, ésta última suele ser la más utilizada. El  podólogo ya ha advertido a Zoe de la necesidad de utilizar tobilleras los domingos por la tarde o bien, dejar de recurrir al cine para ligar, ella le ha contestado muy digna, que si María utiliza el cine para ligar, ése es un motivo tan honorable como lo es el  del hombre “J”, que es entrar en la sala cuando  empieza el  primer trailer, o el  de detrás, que es contarle a su vecino el final  del segundo  trailer que acaba de comenzar, o el motivo de Zoe, que son todos los trailers.
2º trailer.….
ZOE (VOZ OFF)
Insuperable…
3er trailer….
ZOE (VOZ OFF)
Insuperable                                    
4º  trailer...                                       
ZOE (VOZ OFF)
Insuperable                                    

Zoe se siente feliz. Los trailers de hoy le han parecido sublimes, -y es que lo corto si breve -se dice, tres veces bueno, ¿por qué entonces, sigue siendo el trailer el pariente desconocido del largo? –se pregunta”. Pero Zoe no sólo se siente feliz por sus trailers, también lo está porque aún no ha recibido ninguna patada en el tobillo, y eso significa que María tiene muchas posibilidades con su hombre de cine,  por lo que ambas optan por quedarse hoy a ver la película y comprobar qué sucede....

                                   .....Esperanzas

                        ....Comprueban que no sucede nada...
                        ....Fin...CRÉDITOS
                        ....Las luces
                        ....Las palomitas en el suelo

María y Zoe se levantan del asiento, el hombre de cine le pregunta la hora a María,-de nuevo esperanzas, ésta le responde que son las diez, él le dice que gracias y ella le da tres apretones a Zoe ...

                                   ....La cola de salida de la sala

María se pega a su hombre de cine y Zoe se pega a María
                       
                                    ....La cola de salida del cine

Los tres siguen pegados

                                   ...La calle

El hombre se despega de María y una rubia despampanante se le pega a él.
SILENCIO

....La patada en el tobillo de Zoe.
…DOLOR…
... El DESENGAÑO de María. La despedida
....Zoe en el autobús

El cristal de la ventana del bus está empapado de vaho, Zoe escribe en él la palabra “TRAILER” (en mayúsculas, con comillas, en negrita y subrayada). A Zoe  le duele pensar que estas  breves piezas, a las que ella califica como obras de culto, no gocen del reconocimiento que en su opinión se merecen. Piensa que si ella fuera importante en el mundo del celuloide, crearía un  Festival Internacional de Trailers,  un certamen que se celebraría anualmente y en el que podrían participar trailers de procedencia local, nacional, internacional y galáctica. El propósito del FIT -así es como Zoe lo llamaría,  sería premiar  la fragmentación trailergráfica en sus diferentes modalidades: la interpretativa,  la sonora, la fotográfica y la narrativa. La modalidad del montaje recibiría un premio especial otorgado por un jurado popular, del que ella sería la portavoz. A Zoe le entusiasma tanto la idea de la creación del FIT, que incluso ya tiene pensado el premio que se entregaría a los ganadores...
....Zoe dibuja en el cristal de la ventanilla una Tijera de Plata

El autobús llega a su destino y Zoe desciende de él.  Un hombre se acerca a ella por detrás y le pregunta la hora, Zoe se gira y descubre que se trata del hombre de cine, él también la reconoce. PAUSA.  Zoe le responde que son las once. El hombre parece sentirse atraído por ella y la invita a una taza de  café,  invitación que ella agradece, pero que rechaza argumentándole  que lamentablemente él no es su motivo, que el suyo son los trailers. El hombre de cine piensa en la respuesta de Zoe y ella se aleja pensando en la Tijera de Plata. 

Fin



La única mujer




Cuando Víctor llegó al teatro, las puertas estaban aún cerradas. Sabía que era algo pronto para su cita, pero sufrir el preludio de la espera, le hacía sentirse vivo. Se apoyó en el lomo del edificio y encendió el primer cigarrillo.
Los treinta grados a la sombra se sumaron a los que le generaba la propia espera, y una gota de sudor  emprendió su descenso hacia la nada.
A las seis en punto el teatro abrió su alma y Víctor su cartera. La taquillera, que le aguardaba ya con la entrada en la mano, le preguntó:
-Pero buen hombre, ¿no se cansa usted de ver siempre lo mismo?
-¿Está usted casada? -fue su respuesta.
-Sí –afirmó ella desganada.
-¿Se cansa usted de ver a su marido cada día? La empleada se acercó a él y a modo de secreto le confesó: -Sólo por las noches, que es cuando le veo.
-¿Por qué entonces sigue usted con su marido? -quiso saber él           
-Por costumbre.
La taquillera le dio la entrada. Víctor la tomó en la palma de su mano, la observó y la cubrió con sus dedos. Cerró los ojos, respiró hondo y se entregó al éxtasis de sentir que por fin,  ya era suya.
-¿Y usted? -le interrumpió la mujer -¿por qué ve la misma función todas las tardes?
El hombre se incorporó en sí mismo y desde el corazón le respondió:
-Por amor.

Dentro del teatro y sentado a pie de escenario, Víctor se sumergió en la lectura de la sinopsis de la obra. Apenas hubo concluido, alzó la vista para descansarla y  fue testigo de cómo una mano anónima se ocultaba tras el telón. Ansió subir al escenario y desentrañar su identidad, pero el público comenzó a entrar en la sala, y Víctor se vio forzado a refrenarse en su deseo.

Las luces se apagaron, la sangre de Víctor despertó. Las toses a destiempo dejaron de escucharse, el silencio se personó en la antesala de la obra. Las cortinas se retiraron a descansar, el escenario apareció maquillado con una luz blanca y el espacio se vistió con una cama desnuda...
...Víctor la acarició con el alma, no era sólo un mueble en escena, era también el único testigo de su soñado encuentro con Elena...
... La actriz, su amada...
... La única mujer.
Alertado por los pasos de ella entrando al escenario, Víctor calló sus pensamientos.

Elena  emergió de la nada, se acercó al lecho y contempló su desnudez, después dirigió su mirada al público, la paseó perdida en todas direcciones, como si buscara algo  que sabe que de antemano,  jamás  encontrará.
-Estoy aquí -le gritó Víctor desde su silencio.
Elena inició su monólogo.

El texto exponía una reflexión sobre el suicidio que concluía con el suyo propio. Víctor también se sentía morir. Tan sólo el aplauso del público les devolvía a ambos de nuevo a la vida. El telón separó los dos mundos en cuatro ocasiones. Víctor esperó  en vano que Elena lo cruzara una vez más.

Los espectadores desalojaron el patio de butacas,  el anfiteatro…Todos menos él, que prefirió aguardar sentado en su butaca hasta que le invitaran a marcharse.

Víctor no tenía prisa. Se sentía cómodo en medio del vacío. Viajó entonces al paraíso de los sueños, donde sabía que allí Elena, sí le esperaría. Juntos ya en el escenario de su imaginación, ella le aseguró:
-Tu fidelidad al teatro, nos mantendrá vivos. Víctor le tomó la mano y ante el Dios de las butacas le juró lealtad hasta el último de sus días. Ella le ofreció sus labios y él intentó besarla, pero una voz irrumpió en su fantasía exigiéndole volver a la áspera realidad:
-Disculpe, tenemos que cerrar -le comunicó ésta.
Víctor se puso en pie, envió un beso al escenario y abandonó el teatro.

El éxito de la obra permitió que se prorrogara hasta el otoño y Víctor continuó asistiendo fiel a su cita diaria de las seis de la tarde. Apoyado como de costumbre en el lomo del teatro y fumando ya su cuarto cigarrillo, vio como de un taxi descendía una mujer cuya belleza, era comparable sólo a la de Elena. El vehículo se esfumó y ella permaneció inmóvil a escasos metros de él. Durante unos segundos la mujer le observó, le analizó y le descubrió. Víctor comprobó entonces como de forma involuntaria, el pensamiento podía ausentarse de sí mismo durante una eternidad. Finalmente ella se le acercó y él, perplejo, perdido y desorientado, intentó encender un cigarrillo y acabó incinerándose las pestañas.
-Hola, -le dijo ella, y él la contempló buscando pistas en su rostro hasta que el pitillo se le cayó de los dedos sin que pudiera percatarse.
-¿La conozco? -le preguntó él muy confuso.
-Mi nombre es María, -le explicó ella, -soy la actriz que actúa en la obra. He sabido que es usted asiduo a la función desde el verano, quisiera agradecerle su lealtad invitándole a cenar, si le parece bien, claro está ¿Qué me dice?
Víctor, creyendo que aún sostenía el cigarro entre sus dedos, se los llevó a la boca y se golpeó los dientes con las yemas. Ofuscado, abrasado y sacudido le contestó:
-No puedo, lo siento,  eso sería traicionar a Elena.
-¿Elena? –le preguntó ella extrañada.
Víctor dirigió su mirada hacia el cartel donde aparecía el título de la obra y leyó:
-“LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE ELENA”
-Tal vez no me he explicado bien,  -le aclaró ella, -Elena soy yo…
 -No,  -le interrumpió él bruscamente -usted es María.
En ese instante, el teatro le abrió a Víctor su alma, y él hizo lo propio con su cartera.
           
Fin



Una hora  muerta para vivirla      



La hora murió abrazada a su último segundo.
Sesenta minutos comenzaron a borrarse entre las manecillas del reloj.
Las siete y un minuto. Bajó las escaleras de la empresa una hora antes de lo habitual y lejos de sentirse libre, se martirizó pensando en qué hacer con ese tiempo;  “una hora muerta para vivirla”, –se repetía en cada peldaño.

Ya en la calle, se enfrentó a su agonía. Miró a su alrededor y se vio atrapada por escaparates que le exhibían el efímero presente, ese perpetuo desconocido del que renegaba su inconsciente.
Deseó huir, regresar a su encierro, pero su reflejo se negó.

Sobrevivió a la hora muerta en los espejos, esperando que las ocho, su hora, su rutina, la devolviera otra tarde más a su refugio, escondite de una espera eterna, invencible y maldita.

Se adentró en la ciudad y viajó a la contemporaneidad a través de sus teatros de cristal. Se topó con traslúcidos escenarios donde clonados maniquís se disputaban su mirada. Vivió insólitas escenas que le atestiguaron como los tiempos, los suyos, se habían jubilado.
Un arranque de curiosidad la detuvo de sí misma. Se ojeó de arriba a abajo y descubrió que ella, había permanecido inalterable al paso de los años, “o tal vez ciega” -se inquietó.
Violentada por su propia duda, decidió buscar sus ojos en las lunas de cristal.
Llegó junto a un escaparate en el que cientos de espejos acumulaban miradas de anónimos errantes,  y ella se acercó para encontrar la suya en todos ellos, pero estos le arrojaron una efigie vendada y prescrita de sí misma multiplicada al infinito, y maldijo la hora muerta.

Escapó de sí misma hasta que su respiración se enredó entre las vanidades de un estrenado escaparate, que para su indignación, le propuso canjeársela a cambio de una mirada. Ella intentó resistirse, pero las fuerzas que aún le flaqueaban y la curiosidad que de nuevo se le despertaba, fueron testigos de cómo se rendía a la embaucadora vidriera, por un puñado de aire.
Miró en su interior y se sorprendió así misma sitiada por exánimes muñecas de porcelana que contemplaban atónitas cómo el escaparate le devolvía su aliento, y ella se sintió envidiadamente viva en medio de aquel reflejo inanimado. Cerró los ojos, y declaró eterno ese momento. Abrió de nuevo la mirada y se encontró con los ojos de un hombre que vagaban curiosos entre las retinas inertes de las muñecas. Dudó si aquella imagen era real o un espejismo socarrón. “¿Es él?” -se preguntaba mientras le observaba cautelosa. -¿Acaso se hallaba por segunda vez en un espejo con el hombre que más había amado, amaba y amaría jamás? “Sí, es él” -se afirmó temerosa al tiempo que sus ojos huían mendigando un cielo antes de verse sorprendidos en la misma luna. Se avergonzó de sí misma cuando en su cielo descubrió telarañas, las telarañas del ayer fabricadas con el miedo que hoy día seguía arrastrando, y en un acto de inusitada valentía, retornó temblando la vista a su reflejo. Le espió escondida entre las miradas marchitas de aquellas muñecas. Se creció en su deleite hasta que los ojos de él la delataron. Él la reconoció y ella comenzó a sentir cómo el miedo se avivaba  lentamente en sus entrañas, cómo el miserable convertía de nuevo y sin piedad a su sangre en hielo, a su piel en agua, a su pensamiento en nulo. El pánico la invadió y ella tembló, tembló lo que de ella quedaba, que era nada. Él la miró mientras la esperaba en sus ojos, y ella, sus cenizas, las cenizas de su inexistencia, fueron testigo  de cómo su mirada caía en picado al suelo que pisaba, desterrada de la tierra del deseo, castigada al vacío de la calle, al pavimento pisado, abandonado.
Se odió hasta saturar de odio su incoherencia, y en el límite de su odio, alzó de nuevo sus ojos. Se encontró consigo misma, sola frente a su reflejo, el reflejo ciego de la ira. Se prohibió a que su temor a amar, a amarle hasta la vida, volviera a esclavizarla a esa espera eterna, invencible y maldita. Se quedó inmóvil frente al escaparate durante unos segundos. Intentó pensar con la mirada atada a su propia imagen, pero no pudo. Escuchó voces, eran las voces del escaparate, de las muñecas de porcelana resucitadas, de sus entrañas... demasiadas voces que le gritaban, gritos que le amenazaban:
-Ciega, cobarde, necia, te arrancaremos los ojos si no los usas.
Desató su mirada y se giró brusca en busca de una oportunidad, “una última oportunidad” -se prometió, y la encontró, de espaldas a  ella, pero la encontró.
Él se le alejaba y ella le seguía a unos metros de distancia; durante unos segundos vivió en paz.
Él  entró en una librería y ella esperó escondida entre las gentes de la calle. Los minutos en el establecimiento se le hicieron más largos que su propia vida, y en tanto transcurrían, se evocó así misma en Londres, ciudad a la que ella, había emigrado en su juventud para trabajar en el servicio de habitaciones del hotel de mala muerte, en el que ambos se encontraron. Ella limpiaba el espejo de la 203 y él irrumpió en el dormitorio para recoger su equipaje. Una vez dentro, él se descubrió atrapado en el impoluto reflejo de cristal donde ella le aguardaba. Se saludaron con los ojos durante una eternidad. Ella le confesó en silencio, que le había esperado toda la vida. Él quiso responderle como ella, sin palabras, que él también la había esperado y que la seguiría donde fuera, y ella, inconscientemente vencida por su  miedo a amarle, lapidó la magia del presente al retirarle la mirada, para estúpidamente estrellarla contra una estúpida cama a medio hacer. Rechazado por su indiferencia, o eso pensó él,  salió huyendo de aquel despiadado espejo, dejando tras de sí, una historia de amor inacabada. Ella, a solas con el reflejo, le devolvió su cobarde mirada y se imaginó viviendo esa misma historia de amor  junto a aquel desconocido huésped, lejos de aquella tierra fría, y se prometió esperar ese momento, el mismo que ahora, en Madrid, de nuevo se le escapaba.

De vuelta a la realidad, él salió del comercio con un libro entre las manos. Se detuvo un instante y lo curioseó antes de abrirlo, y ella codició ser secreto…

            Él lo abrió, y ella codició ser papel…
            Él lo ojeó, y ella codició ser tinta…
            Él lo leyó, y ella codició ser palabra…
            Él pasó página, y ella codició ser número…
            Él lo cerró, y ella codició ser nada…
            Y sintió ser nada…
            Y entonces lloró…
            Y a cada lágrima dio un paso…
            Y en cada paso se juraba llamarle, pero no lo hizo…
            Y  él se paró, alzó la mano y se subió a un taxi…ý se alejó…
            Y ella, en medio de la calzada, se rompió por dentro, se quebró por          fuera…

Y, cuando sus ojos dejaron de verle, se abandonó así misma sintiendo que el tiempo dejaba de ser suyo. El presente se desvanecía ante sus ojos y el futuro ¿qué futuro?, toda la vida esperándole y ahora sólo esperaba morir, cuanto antes.

La hora muerta llegaba a su fin. Pensó en regresar al póstumo reflejo y respirar la presencia de su ausencia, y así lo hizo. Llegó al escaparate de muñecas sin vida.  Se paseó de un lado al otro del traslúcido final. Contempló sus ojos vendados en el espejo y ante ellos cerró la mirada. Respiró una ausencia que comenzaba ya a esfumarse, y se recordó para la eternidad en aquel frío Londres, en aquel hotel de mala muerte, en la 203, en el espejo. Ansiaba morir. Acallar su pensamiento. Arrancarse el alma. En sus deseos se ahogaba. Y cuando su sufrimiento ya no podía sufrir más, notó como a su piel se le acercaba otra piel. Abrió los ojos confundida, y una mano los acarició. Abrió la boca extenuada, y un suspiro la salvó.
Él, como ella, también había regresado en busca de su ausencia para llevársela consigo hasta su muerte. Frente a frente se tantearon con el alma hasta descubrirse reflejados en los ojos del otro. Unas lágrimas intentaron sabotear el encuentro, pero ellos se negaron a que un llanto inoportuno, empañara el espejo en el que sus miradas reflejaban el desenlace de una espera eterna, ahora vencida y bendita. Y Ella descubrió que él también la había amado todos estos años, veinte, y él comprendió, que cuando se ama hasta la saciedad, el miedo es tan atroz, que los ojos no se atreven a manifestarlo.

Y en ese segundo, la hora muerta perdió su vida.

Fin





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